Manifiesto sobre la crueldad

por: Carolina Rodríguez mayo

Viajera, educadora y escritora. Literata con opción en Filosofía. Especialista en Comunicación Multimedia. Ha publicado su trabajo en revistas de colombianas como Literariedad, Sombralarga y Sinestesia. Columnista en Volcánicas y Afrofeminas. Fue elegida como parte de una antología de jóvenes poetas, Afloramientos, los puentes de regreso al pasado están rotos publicado por Fallidos Editores. Su poesía ha estado en lugares como la Universidad de Brown y en el podcast “Gente que Lee Cuentos”.

Hay algo curioso con este manifiesto, no pudo haber sido escrito por quien ejerce la crueldad, necesariamente debía ser escrito por quien la ha padecido. Hoy vestirán la piel de aquellas crueles gentes que se han burlado de sus buenas intenciones, hoy verán el mundo desde la perspectiva enemiga. 

La crueldad es un escudo: duro, frío, rígido; quienes lo utilizan por lo general pretenden que el escudo se adhiera a sus carnes. Quienes portan este uniforme son personas toscas al hablar y su egomanía es apabullante. Es importante tener mucha precaución con las gentes crueles, pueden parecer como tú o como yo, pueden pretender portarse con amabilidad, incluso empatía; sin embargo, en algún punto sentirás tu espíritu magullado por el acero (casi siempre oxidado) de sus cuerpos. Viven escupiendo para arriba, no les es suficiente lastimar a diestra y siniestra, su mejor proeza es asegurar sin parar que en realidad han sufrido mucho; se jactan en su propio dolor y de éste se agarran para arrastrar a otros al abismo oscuro y vacío de sus miradas tramposas. 

 

 

 

 

La crueldad vestida de víctima es la gran mascarada. 

 

 

Viven conjugando nombres distantes, nombres desconocidos, que porque de allá heredaron sus crueles maneras. Las excusas pueden ser muchas: me rompieron el corazón, me envenenaron el alma, traicionaron mi inocencia; todo sirve de razón para que una persona cruel se desate y escupa su bilis contra el mundo. Se asustan e intimidan ante la dulzura de otras personas, afirmarán que no saben qué hacer con ésta. Cada día se presentarán de maneras diferentes: harán esculturas para capturar el arte y la belleza de la que carecen, pretenderán que saben escribir y pondrán la inicial de tu nombre en historias vergonzosas. Te elevarán con falsas promesas de amistades fructíferas, pero con un solo mensaje te harán sentir como la mujer más sucia de toda Babilonia, te arrojarán piedras al gritarte que les recuerdas a María Magadalena. Así es la crueldad de estas gentes lagartas: inesperada, escurridiza e impredecible. 

 

 

 

Podemos detectar la crueldad a metros de distancia, así es, las personas que no ejercemos esta carrerita de muerte, podemos detectar a las personas crueles, pero optamos por creer que en sus vientres se aloja un deseo sincero por conocer la bondad o la ternura; parte del manifiesto pretende enseñarles a quienes lo leen que no le crean a esa vocecita, por lo general quien usa la crueldad como máscara, bajo esa máscara ya no tiene rostro. Será entonces un recipiente hueco lo que encuentren cuando el show de “soy cruel, pero pretendo no serlo” termine. 

 

 

 

 

Ojo, la rabia no es cruel, la rabia puede llegar a servirnos de refugio. Crueles quienes se esconden en las buenas maneras, se esconden en sus modales, se esconden en mostrarse como gentes acomedidas; no obstante, a la hora de confrortarte serán quienes te laceren con látigos de indiferencia; quienes te hagan creer que tu dolor es melodramático. Claro, recuerda que sus modales (falsos patronos de la ética) los mantiene duros como mármol; mientras te desvisten para ver tu vulnerabilidad, mientras encuentran tu centro para apuñalarlo. 

 

 

 

 

La gente que milita desde la crueldad merece nuestra compasión, pero con una sana distancia. Nunca sean compasivos con las personas crueles de frente, usarán cualquier ápice de tu nobleza para justificar su presencia; perderán valiosos meses escuchando que han sido de ayuda, escuchando que son especiales, importantes; cuando ustedes les necesiten, cuando más cariño ustedes busquen, será entonces cuando estas criaturas gimotearán cualquier disculpa que no sienten, dirán: “no quería lastimarte” a la vez que puedes verles blandiendo la espada. Así es la crueldad empapada de egocentrismo, “sostuve la espada frente a tu vientre e hice presión, pero no ha sido mi culpa que ahora un puñal te divida las tripas; la culpa la tiene tu cuero blando, que no pudo protegerte de mi embestida”. 

 

 

 

 

Las personas crueles siempre encontrarán formas de evadir lo obvio: nada les importa. Viven dominados por fantasmas que seguro, cuando vivían, se marcharon al ver los alcances de su crueldad. Y esos fantasmas son el discurso que acaparan para no someterse a la realidad -más dura que sus almas-: que están muertos por dentro. Por eso los crueles no se ponen en tus zapatos, no pueden, no tienen pies, ni tienen piernas, ni tienen agallas; solo les queda ese reguero de venganza, rencor o arrepentimiento con el que se mutilan. Venganza, rencor y arrepentimiento que los ciega en la tierra de los vivos, por eso lastiman a quienes respiran aire; porque no pueden sino ver el cementerio que les ha inundado la cabeza.